jueves, 25 de marzo de 2010

Preparativos y ausencias


Olía a cera, polvo, limpiadores de plata, madera… olía a trabajo y a Iglesia, a Cuaresma, a Martes Santo en el aire… El olor a montaje está compuesto de todo eso y alguna cosa más que no sé descifrar… Es una sensación familiar, algo que cuando lo huelo me hace sentirme en casa, algo que aspiré en el vientre de mi madre, un pellizco que me agarra haciéndome sentir joven y vieja a la vez…
Me hago mayor, lo veo en señales del tiempo que a veces son duras para mí… Este año, todas las veces que he estado envuelta del olor a montaje que he dicho me ha faltado algo, algo que casi quería buscar y sabía que no iba a encontrar, pero aún así, inconscientemente quería que sucediera. Esperaba, de un momento a otro, ver salir de algún rincón de la Iglesia (la de San Esteban) a Manolo Calvo, con un cacharrito en una mano y un pincel en la otra… Aguardaba verlo aparecer, sonriendo, saludándome sin diminutivos, repleto de bondad, la misma con la que repasaba cada año las carencias del oro para que el Martes Santo esa burla andante luciera resplandeciente bajo el sol del barrio cuando la pluma de “Paco el romano” roza el dintel de la ojiva…
Lo dicho, los años pasan y por desgracia la gente nos abandona, y aunque yo siga reconociendo ese particular perfume de preparación, este año es el primero que me ha faltado esa imagen…

A Manolo Calvo, que esté donde esté seguro que no falta a la cita del próximo Martes

jueves, 11 de marzo de 2010

Abriendo los ojos



Es complicado saber por dónde empezar. Es reiterativo disculparse más por el abandono que cada poco sufre este rincón. Es triste que este espacio se encuentre tan vacío en Cuaresma. Es una pena la de posibilidades que tiene esta ventana y lo poco que las trabajo. Pero no tiene más sentido lamentarse, más hoy, que con algo de suerte y ayuda espero poder comenzar un apartado que desde el principio quise incluir en Albores.

Esperaba que ciertos amigos y conocidos colaborasen de una u otra forma con el proyecto, al fin y al cabo es lógico, y me encanta poder compartir opiniones, visiones y experiencias cofrades, ya que hay tantas formas de vivir la Semana Santa como sevillanos en las calles. Incluso más, hoy de hecho es el caso puesto que la persona que llega a estas líneas no es nacido en esta ciudad, aunque eso no impide que pueda ser un cofrade en todo el sentido de la palabra cuando llegan las fechas. Esto es lo que hace que su texto de hoy sea más interesante si cabe.

Los habituales de la blogosfera lo conocerán por Moe de Triana; bajo ese nick se encuentra Álvaro Ballén, natural de Sanlúcar de Barrameda, que si alguno no está muy puesto en geografía, es ese bendito sitio donde el Guadalquivir abraza al Atlántico y mueren los suspiros que Triana derrama en el río.

Para los que hemos vivido la Semana Grande desde el carrito es imposible fijar un punto en el calendario, un momento o una fecha en que se desató por completo la pasión por esta fiesta, y eso es una pena en cierto modo. Álvaro por suerte puede contarlo, tiene conciencia de un momento, un pistoletazo de salida en que vió transformarse esta ciudad por primera vez y para siempre, un instante que se hizo eterno cuando por primera vez pudo ver una Sevilla diferente al abrir los ojos.




ABRIENDO LOS OJOS



Para todo en esta vida hay una primera vez, y yo jamás olvidaré ese día en el que vine a Sevilla dispuesto a conocer su Semana Santa, dejándome enredar por el olor a azahar, mientras a paso ligero me diluía entre una marea de personas en busca de toparme con la esencia más pura de la primavera sevillana.

Siempre he dicho que esta ciudad son sus barrios, por eso, aquel año, quise tomarle el pulso a las cofradías que le dan vida a esas zonas alejadas del centro, para así disfrutar de sus callejones, de sus avenidas, pasear por sus aceras, ver como sus calles se coloreaban de túnicas nazarenas, palpar el ambiente y presenciar como de los portales salían familias enteras dispuestas a acompañar a sus imágenes camino del corazón de una ciudad que durante esos días late más fuerte que nunca.

Pocas cosas me arrebataron tanto, como ver que mientras la trasera del palio de la Virgen de los Dolores se difuminaba Afán de Ribera abajo, todas las calles colindantes se quedaban paralizadas, calladas, vacías, todo un barrio acompañaba a su cofradía, porque la cofradía era todo su barrio; me perdí en las estrecheces de las calles del Tiro de Línea para ver de cerca una levantá de la Virgen de las Mercedes, me apoyé en las esquinas del barrio de San Bernardo para disfrutar de un entramado de calles único en la ciudad, de la Salud de Cristo y del Refugio de María; en Nervión aprendí que ante la Sed del Hijo de Dios, se halla el manantial más puro y limpio que son los ojos de la Virgen de Consolación; paseé por el Arenal donde una madre acurruca en su regazo al cuerpo rendido de su hijo, y me dejé envolver por Triana cuando la luna asoma un jueves de Madrugá y Cristo se levanta una y otra vez ante miles de miradas camino del Calvario en el que encontrará su muerte.

Así pasaron las horas y pasaron siete dias que me marcaron para siempre, tanto, que ya no soy capaz de faltar a esa cita en la que un domingo por la mañana, un paseo de palmas nos dice que está con nosotros la semana grande, la Semana Santa de Sevilla.

Álvaro Ballén Pozo

Sevilla, Cuaresma de 2010


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