lunes, 24 de agosto de 2009

Setenta y cinco mitras no son nada…


Aquella noche la Hermandad parecía más Hermandad que nunca. Esta que escribe sólo contaba con ocho años, pero conserva intacto el recuerdo de aquella noche en que al fin, de forma oficial la Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Salud y Buen Viaje, María Santísima Madre de los Desamparados, San Juan de Ribera y Protomártir San Esteban, volvía finalmente a su casa. El exilio había sido cerca, en San Ildefonso y ciertamente apenas habíamos salido de ese barrio que no es barrio, pero regresar a tu hogar siempre es una alegría.
Hasta la fecha, yo nunca había presenciado una misa de don Carlos Amigo con la conciencia suficiente. En aquel fantástico año 1994 que siempre quedará en mi memoria por muchos motivos, yo me preparaba para recibir la Primera Comunión, lo cual hacía que mi atención en cualquier acto religioso se multiplicara por cuatro. Tres cosas llamaron mi atención por encima del resto: la cantidad de incienso que se usó, la extensión de la Eucaristía y algo que el Arzobispo llevaba en la cabeza. Concluida la misa, le pregunté a mis padres por el tercer punto. Ellos obviamente sabían la respuesta pero tal vez por hacer la gracia, me dijeron que se lo preguntara a un conocido de muchos de los que leen este blog; Miguel Andréu. Supongo que porque Miguel siempre ha sido una especie de enciclopedia cofrade, consideración que aumentó por la Puerta Carmona cuando junto con su equipo consiguieron la famosa Rosa de Pasión del programa Cruz de Guía, me remitieron a él. Me dirigí a Miguel con mi pregunta, este me puso una mano en el hombro y me dijo muy solemne:
- Merceditas, ahora te preguntas como se llama, cuando seas mayor te preguntarás como consigue sostenerla en la cabeza. – dicho lo cual, se fue a saludar a alguien. Yo me quedé con una nueva duda y sin resolver la anterior, hasta que mi madre dijo la palabra mágica, mitra.
Son extrañas las asociaciones mentales, cuando hoy leí que don Carlos cumple setenta y cinco años, me he acordado de esta historia. Más tarde, esa misma noche, el Arzobispo me saludó, pues le llamaba la atención una niña pequeña en ese acto. Siempre tuvo mucha simpatía a los niños, pues seis o siete años atrás, según me han contado, salía él de una misa también en San Esteban, y al verme en brazos de mi madre, me hizo una carantoña en el moflete; yo que era afable y fácilmente secuestrable, le eché los brazos, don Carlos correspondió cogiéndome y Martín Cartaya inmortalizó el momento. Lamentablemente no tengo esa foto, aunque espero poder localizarla algún día.
También he estado pensando en el LXXV Aniversario de la Virgen de mi Hermandad, y asistí a aquel Pontifical tan especial en el Parlamento, llevando mantilla por primera vez en mi vida, mientras que mi hermano, que lo asistía como monaguillo en el altar, acusaba el madrugón de aquel día.
Lo dicho, es curioso la de recuerdos diferentes que se pueden conservar de alguien que ha estado ahí tanto tiempo, que ha dicho cosas con las cuales no he estado de acuerdo, que ha dicho cosas ante las cuales me he quitado el sombrero, que se ganó el cariño de una ciudad a la que él aprendió a querer, con todas sus geniales virtudes y todos sus enormes defectos, una ciudad en la que como en todas partes, hay quien le quiere más y quien le quiere menos, pero siendo realista, con “la guasa” que tenemos los sevillanos para muchas cosas, el balance de afectos creo que es muy positivo.
A pesar de gestos y detalles del Arzobispo Coadjutor, que hicieron las delicias de gran parte del “mundo morado”, que un poco de polémica nunca está de más, no quiero precipitarme en mis opiniones hacia este señor, y prefiero esperar a ver como resulta. Pero al igual que digo esto, no niego que al Cardenal lo vamos a echar mucho de menos, seguro. Sólo espero, que sea cual sea su próximo destino, él esté bien, porque está visto que pedir que se quede en Sevilla o no muy lejos, va a ser complicado.

Y por cierto, si alguien sabe cómo se sostiene la mitra… porque lo de las horquillas lo descarté a los diez años o así.

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